Adrián y
Homero eran dos pescadores de Atenas. Ese era un oficio con el que se
alimentaban y vivían rutinariamente. Todos los días hacían lo mismo. Un día
como cualquiera, yendo por el descampado hacia el lago, se les apareció una
figura tenebrosa. Tenía aspecto corpulento y despiadado. Era Hades, el dios del Inframundo. Los pescadores se quedaron pasmados al verlo. No lo habían reconocido,
pero cuando lo escucharon, un escalofrío les atravesó la espina. Se presentó con
estas palabras:
—¿Qué
pretende usted de nosotros?— le pregunto Adrián, pavoroso.
—Oh pobres
mortales, yo sólo quiero que me hagan un favor.— les dijo el dios entre carcajadas.
Los
pescadores, sorprendidos y atemorizados, sabían que algo malo estaba pasando. Siguieron
escuchando con mucha atención.
—Sé que
ustedes dos son muy buenos pescadores. Ahora quiero proponerles algo muy
importante, pero deben mantenerlo en secreto. Necesito que vayan a atrapar una bestia que
yace en el fondo del lago. Su nombre es Garisto. Cuando lo atrapen, tráiganlo a
los confines del Averno.
Los dos
pescadores se quedaron atónitos y al mismo tiempo interesados por lo que les había pedido el dios de la guerra. Homero solicitó una recompensa por entregar al animal. Hades ofreció a los pescadores la vida eterna. La única diferencia entre los dos
amigos era su forma de razonar. Adrián era muy prudente. Sabia que esto olía
mal y que cualquier cosa que se les brindara traería consecuencias. Homero, que era
muy ambicioso, decidió aceptar la propuesta sin ninguna duda. Adrián, por otro
lado, no tuvo problema en acompañarlo a realizar la prueba, pero sabía que algo no andaba bien. El
dios desapareció de repente. Adrián quedó pensativo por lo que les había propuesto el vil Hades. Sabía que la
recompensa tenía una trampa. Él pensó en su numerosa familia, a quienes ya no vería hasta regresar de su aventura. Homero, en cambio, estaba extasiado y emocionado. Imaginaba todo lo que podría hacer con una vida eterna y, según pensaba, sin
sufrimiento. Al otro día emprendieron viaje para capturar a la bestia.
Por la noche estaban
sumergidos en un sueño profundo. Comenzaron a sentir que su nave se sacudía agresivamente.
Se despertaron muy exaltados. Un fuerte terror sintieron cuando llegaron a distinguir
una oscura criatura que se acercaba. La bestia se sumergió y empezó
a golpear furiosamente la embarcación. Homero, el más valiente, se arrojó al
agua con una lanza y llegó a rozarle el ojo derecho. Garisto se sacudió frenéticamente.
Adrián lo atrapó con una red para que Homero llegue a enterrarle la lanza en el
ojo izquierdo, cegándolo. Con un golpe certero, Adrián lograría entonces inmovilizarlo. Luego,
guiados por un mapa que les había dejado Hades, se dirigieron hacia el Averno. Cuando entregaron
la feroz bestia, Hades les dio un recipiente y les advirtió:
—Yo puedo
dar la vida eterna con esta poción, pero sólo alcanza para uno.
Adrián dijo
que de ninguna manera iba a tomar esa pócima, sin llegar a explicar por qué. Homero
la tomó hasta que no quedó ni una gota. Hades miró a Homero asintiendo con la
cabeza. Su cara tenebrosa esbozó una sonrisa cuando los dos pescadores se
fueron.
Sí, Adrián
había elegido bien. Vivió otros treinta y dos años disfrutando de su familia, tan mortal como él. Homero,
en cambio, vio como todos sus seres queridos fueron falleciendo de a poco hasta
quedarse totalmente solo. Desde entonces pasó sus días llorando, y así
sigue hasta hoy.
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