En una casa alejada de las demás, vivía una familia integrada por una pareja y sus dos hijos. Una nena llamada Brenda y un nene llamado Camilo. Su casa era pequeña, pero acogedora y llena de amor.
Era el cumpleaños de Camilo y habían
invitado a todos los del vecindario para festejar. La casita estaba llena de
globos de colores y guirnaldas. Había un gran pastel de dulce de leche y
chocolate en el centro.
A la hora de abrir los regalos, la abuela
le regaló un gran dinosaurio de plástico; el tío Tito una pelota; la tía Teresa
un pijama de Ben 10; el Abuelo José un xilofón muy colorido y muchas cosas mas.
Después de horas, los invitados se fueron de a poco hasta que no quedo nadie. Se
hizo la hora de acostarse y Camilo seguía jugando con los regalos que amigos y
familiares gentilmente le habían obsequiado. Brenda comía lo poco que había
quedado del pastel con su mano. Camilo ya había jugado con todos sus obsequios.
Bueno, casi todos. El xilofón que le regaló el abuelo no le había llamado mucho
la atención. Así que simplemente lo dejó en una esquina. Los padres lavaron a
Brenda las manos enchastradas de dulce de leche y los mandaron a Dormir.
Camilo se puso su nuevo pijama de Ben 10
y se arropó en su cama. Los padres le dieron el beso de las buenas noches,
apagaron la luz, cerraron la puerta y se fueron. Pero aunque él ya estaba
bastante cómodo, no pudo dejar de pensar en lo maravilloso que había sido su
cumpleaños hasta que se le empezaron a entrecerrar los ojos .Cayó en un
profundo sueño.
La casa estaba oscura y silenciosa. Un
sonido particular interrumpió esa tranquilidad. Era una dulce melodía que provenía
de la sala. Aunque sonaba muy levemente, hizo despertar a Camilo. Se levantó
extrañado y fue a despertar a su hermana para contarle de ese raro pero hermoso
sonido. Cuando llegó a la habitación de Brenda y con suaves toque en el hombro
susurró:
—Despierta, he escuchado un ruido que
proviene de la sala.
—¿Qué ruido?— respondió Brenda mientras se refregaba los ojos.
Se quedaron los dos en silencio. Trataron
de oír el ruido, pero no escucharon más que la nada misma.
—Estás delirando, ¡Vete a dormir, Camilo!— dijo Brenda, envolviéndose en
las sábanas.
Camilo, confuso, volvió a su habitación. Se
acostó y trató de volverse a dormir, pero no lo logro. Esa extraña melodía
volvió a invadir la casa. Cuando se levantó y fue por segunda vez al cuarto de
Brenda, volvió el silencio habitual de la casa. Camilo, ahora realmente
confundido, se acostó, no le dio más importancia y se durmió. Al otro
día en el desayuno, él le contó a sus padres sobre los ruidos que había escuchado
anoche, pero Brenda le cortó su discurso:
—¡Mamá, Papá, no lo escuchen! Está loco,
vino en medio de la noche a despertarme para que escuche una melodía que ni
siquiera existe. Es todo parte de su imaginación.— les dijo Brenda alterada.
Por la tarde, Camilo estaba en la sala
jugando a la pelota. Le dio una patada y rodó rápidamente hacia un extremo del
cuarto. Cuando se estrelló hizo un ruido familiar. Era lo que él había
escuchado la noche anterior. Fue corriendo hacia la pelota, la pateó varias
veces, la sacudió, pero no pasaba nada. Se sintió frustrado, no sabía qué produjo
ese sonido.
—Siempre dejas todo tirado, Camilo.
¡Junta tus juguetes!— Rezongó su madre.
Entonces empezó a guardarlos en un gran
baúl, metió el dinosaurio, la pelota y un oso de peluche.
—Te faltó algo.— Dijo la mamá, con las
manos en la cintura.
—¿Qué?
—Allá…— Señaló la esquina del cuarto.
Cuando Camilo dirigió la mirada a donde
su madre le señalaba, vio el xilofón pequeño y colorido. No se acordaba que lo
había dejado ahí. Junto a él había dos palitos. Así que fue y lo levantó. Escuchó
un leve sonido, agarro los palitos y lo empezó a tocarlo con ellos. Era la
misma agradable melodía que había escuchado. Pero entonces surgió una pregunta:
¿quién la tocaba en la noche?
En la pared de esa esquina había un agujero
semicircular. Se acostó en el suelo y con un ojo miró por el orificio. Se veía
todo muy oscuro adentro, así que con una linternita que tenía a mano iluminó y
observó lo que había: una cama, un ropero, una mesita de luz y todo lo que se
pueda encontrar en una habitación, pero mucho más pequeño.
—¿Hola?— preguntó Camilo con emoción,
esperando que alguien le contestara.
De abajo de la cama salió un ratón muy
pequeño y adorable. El ratoncito le explicó que era él quién tocaba por las
noches, y le pidió perdón por haberle usado el xilofón sin permiso. Camilo le
dijo que no había problema y que podía tocarlo cuando quisiera. Desde ese
momento se hicieron amigos para toda la vida.
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