martes, 20 de mayo de 2014

La extraña melodía, por Abril Bustamante y Julián Tambal -4to


En una casa alejada de las demás, vivía una familia integrada por una pareja y sus dos hijos. Una nena llamada Brenda y un nene llamado Camilo. Su casa era pequeña, pero acogedora y llena de amor.
Era el cumpleaños de Camilo y habían invitado a todos los del vecindario para festejar. La casita estaba llena de globos de colores y guirnaldas. Había un gran pastel de dulce de leche y chocolate en el centro.
A la hora de abrir los regalos, la abuela le regaló un gran dinosaurio de plástico; el tío Tito una pelota; la tía Teresa un pijama de Ben 10; el Abuelo José un xilofón muy colorido y muchas cosas mas. Después de horas, los invitados se fueron de a poco hasta que no quedo nadie. Se hizo la hora de acostarse y Camilo seguía jugando con los regalos que amigos y familiares gentilmente le habían obsequiado. Brenda comía lo poco que había quedado del pastel con su mano. Camilo ya había jugado con todos sus obsequios. Bueno, casi todos. El xilofón que le regaló el abuelo no le había llamado mucho la atención. Así que simplemente lo dejó en una esquina. Los padres lavaron a Brenda las manos enchastradas de dulce de leche y los mandaron a Dormir.
Camilo se puso su nuevo pijama de Ben 10 y se arropó en su cama. Los padres le dieron el beso de las buenas noches, apagaron la luz, cerraron la puerta y se fueron. Pero aunque él ya estaba bastante cómodo, no pudo dejar de pensar en lo maravilloso que había sido su cumpleaños hasta que se le empezaron a entrecerrar los ojos .Cayó en un profundo sueño.
La casa estaba oscura y silenciosa. Un sonido particular interrumpió esa tranquilidad. Era una dulce melodía que provenía de la sala. Aunque sonaba muy levemente, hizo despertar a Camilo. Se levantó extrañado y fue a despertar a su hermana para contarle de ese raro pero hermoso sonido. Cuando llegó a la habitación de Brenda y con suaves toque en el hombro susurró:
—Despierta, he escuchado un ruido que proviene de la sala.
—¿Qué ruido? respondió Brenda mientras se refregaba los ojos.
Se quedaron los dos en silencio. Trataron de oír el ruido, pero no escucharon más que la nada misma.
—Estás delirando, ¡Vete a dormir, Camilo! dijo Brenda, envolviéndose en las sábanas.
Camilo, confuso, volvió a su habitación. Se acostó y trató de volverse a dormir, pero no lo logro. Esa extraña melodía volvió a invadir la casa. Cuando se levantó y fue por segunda vez al cuarto de Brenda, volvió el silencio habitual de la casa. Camilo, ahora realmente confundido, se acostó, no le dio más importancia y se durmió. Al otro día en el desayuno, él le contó a sus padres sobre los ruidos que había escuchado anoche, pero Brenda le cortó su discurso:
—¡Mamá, Papá, no lo escuchen! Está loco, vino en medio de la noche a despertarme para que escuche una melodía que ni siquiera existe. Es todo parte de su imaginación.— les dijo Brenda alterada.
Por la tarde, Camilo estaba en la sala jugando a la pelota. Le dio una patada y rodó rápidamente hacia un extremo del cuarto. Cuando se estrelló hizo un ruido familiar. Era lo que él había escuchado la noche anterior. Fue corriendo hacia la pelota, la pateó varias veces, la sacudió, pero no pasaba nada. Se sintió frustrado, no sabía qué produjo ese sonido.
—Siempre dejas todo tirado, Camilo. ¡Junta tus juguetes!— Rezongó su madre.
Entonces empezó a guardarlos en un gran baúl, metió el dinosaurio, la pelota y un oso de peluche.
—Te faltó algo.— Dijo la mamá, con las manos en la cintura.
—¿Qué?
—Allá…— Señaló la esquina del cuarto.
Cuando Camilo dirigió la mirada a donde su madre le señalaba, vio el xilofón pequeño y colorido. No se acordaba que lo había dejado ahí. Junto a él había dos palitos. Así que fue y lo levantó. Escuchó un leve sonido, agarro los palitos y lo empezó a tocarlo con ellos. Era la misma agradable melodía que había escuchado. Pero entonces surgió una pregunta: ¿quién la tocaba en la noche?
En la pared de esa esquina había un agujero semicircular. Se acostó en el suelo y con un ojo miró por el orificio. Se veía todo muy oscuro adentro, así que con una linternita que tenía a mano iluminó y observó lo que había: una cama, un ropero, una mesita de luz y todo lo que se pueda encontrar en una habitación, pero mucho más pequeño.
—¿Hola?— preguntó Camilo con emoción, esperando que alguien le contestara.
De abajo de la cama salió un ratón muy pequeño y adorable. El ratoncito le explicó que era él quién tocaba por las noches, y le pidió perdón por haberle usado el xilofón sin permiso. Camilo le dijo que no había problema y que podía tocarlo cuando quisiera. Desde ese momento se hicieron amigos para toda la vida.

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