Les voy a contar una historia. Estaba con mi
mejor amigo, Gervasio, en su casa. Se nos ocurrió subir al altillo para buscar
algo con qué jugar. Era un lugar muy oscuro y, honestamente, me asustaba
bastante. No sé por qué, pero aun así subimos y comenzamos a revisar las cajas.
No había nada emocionante: ropa vieja, juegos incompletos, fotos y recuerdos de
la familia. Cuando estábamos a punto de rendirnos y dejar de buscar,
encontramos una caja que nos llamó mucho la atención. Era una caja negra,
bastante pequeña y con los bordes en rojo. No era un rojo cálido sino un rojo
muy fuerte, similar a la sangre.
Mi amigo me dijo que no le gustaba la idea,
pero yo, curioso como soy, le insistí en abrir la cajita. Temblando, abrió la
caja muy lentamente. De repente, un humo negro y espeso comenzó a salir de ella.
El humo comenzó a distribuirse de una forma peculiar, creando una figura muy parecida a la de un dragón.
—Hagan lo que hagan, no toquen la pequeña
estatuilla dentro de esta caja, o lo lamentarán.— Nos advirtió una voz muy
grave y sombría proveniente de la caja.
Le ordené a Gervasio que soltara la caja,
pero ya era tarde. Él ya tenía la estatuilla dorada con forma de dragón en sus
manos. Al verlo manipular la figura me desmallé. Me desperté en un bosque.
Estaba lleno de altísimos árboles y rocas. Mi ropa había desaparecido y fue reemplazada
por una armadura antigua y una espada extraordinariamente afilada. A mi lado estaba mi amigo mirándome,
como si yo tuviera una explicación para lo que pasó. Delante nuestro había un
pequeño castillo, con una puerta de madera finamente tallada al frente.
Se abrió una compuerta, y de allí salió un
dragón muy parecido a la pequeña estatua que habíamos encontrado en la caja. Medía más
de cuatro metros de alto. Sus ojos negros asustarían a cualquiera que los viera,
por más valiente que sea.
Comenzamos a correr, desesperados. El dragón nos
pisaba los talones. Cuando logramos perderlo, se me ocurrió una idea para
vencerlo. Si pudiéramos hacer caer al dragón, lograríamos ir por detrás y
cortarle la cabeza. Sólo así lo derrotaríamos.
Pusimos nuestro plan en marcha. Atamos unas
lianas a dos árboles que estaban bastante separados. Hicimos ruido para atraer
al dragón y apareció casi al instante. Pero algo salió mal, me tropecé y el
dragón vino directamente hacia mí. Perdí toda posibilidad de escapar.
Justo en el momento en que el dragón estuvo a
punto de matarme, Gervasio saltó desde un árbol con su espada. Con un golpe
certero le arrancó la cabeza a la feroz criatura. Inmediatamente todo se volvió
oscuro y nos desmayamos. Al despertar estábamos de nuevo en la casa. Nos miramos y empezamos
a reírnos de la locura que habíamos vivido. Obviamente, nadie creyó nuestra
historia.
Sonaría normal viniendo de la imaginación de un
niño de diez años. Sin embargo ahora, sesenta años después, sigo sosteniendo
que esa aventura que tuvimos aquella tarde fue real.
Dejale unas palabras al autor
No hay comentarios:
Publicar un comentario